Monday, December 9, 2013

Ya sabes.
Las despedidas.
No molan una mierda.
Pero estoy acostumbrada.
Siempre está lejos.
Aunque los kilómetros varíen,
en la práctica viene a ser lo mismo.
No está a una distancia factible.
Por ejemplo,
en la calle de al lado.
A donde podría ir a tocarle el timbre como una loca,
y subir a su casa,
y llevarle chocolate y cerveza.
Y hablar de fútbol,
y odiarnos.
Y hablar de política,
y odiarnos más.
Porque es así,
nos odiamos,
o más bien él me odia todo el rato.
Y creo que uno de sus deportes
favoritos
es vacilarme.
Pero yo creo que si le tuviera cerca,
a una distancia
viable a pata,
sería diferente.
Podríamos salir de farra,
y hacer el tonto,
y reírnos,
y contarnos chorradas,
y él se emborracharía,
y haría el tonto,
porque siempre hace el tonto,
y sería super guatxi.
Y cuando estuviera mal,
iría a donde él,
y le haría sonreír.
Y sería cómo si
no fuera difícil.

Y me daría igual que me odiara,
por estar loca,
y ser una pesada,
y ser una llorica,
e intentar rapear,
y ser del Athletic,
y ser vasca,
y todas esas cosas 
por las que me odia.

Porque podría verle
al menos una vez al mes,
y eso me haría muy muy feliz.
Y le invitaría a un café,
o a lo que sea que tome 
en las tardes de lluvia,
y nos contaríamos toda la mierda,
y nos pondríamos bien.

Y sólo le diría,
que lo único que cambiaría
es no haberle conocido
desde los dos años.
Para poder estar ahí,
todos los putos días
de su vida,
y ser su más mejor amiga.

Porque yo no le odio.
Ni siquiera un poquito.
Aunque a veces le mataría.

Y él lo sabe.
Que lo que le quiero,
no cabe aquí,
ni en ningún sitio.
Aunque me joda admitirlo.




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