Ya lo dijo
Hemingway:
nothing hurts if you don't let it.
La traducción pierde fuerza,
lo dejo así.
Me hubiera arrancado los ojos
para que dejaran de dolerme.
Y a saber cuantas locuras
podría haber facturado en menos de
30 días.
A veces estoy completamente majara,
lo reconozco.
Pero me la suda bastante.
Tienes eso que pensé que nadie tendría
y no veas como jode.
Los kilómetros que no se andan
son sólo una muestra
de las palabras que se dejan sin decir.
Y yo lo habría dicho todo.
Pero estoy harta de hacer el kamikaze,
de ver que todas son más bonitas que yo,
de saber que me quedas
más allá del horizonte,
bastante más allá,
joder.
Y no es que no pueda,
es que ya no quiero.
Esperar un no sé qué
que no llega,
como quien espera
que el mar
le devuelva una de esas botellas
con un mensaje
desgarradoramente bello,
de esos que te cambian la vida.
Siempre fui la más tonta del grupo,
la más ilusa,
la que más se tiraba
todo al rato a piscinas vacías
de esas que ponían en cada esquina
con la intención de hacerte caer en la trampa.
Y yo, tonta de mí, me tiraba.
De cabeza, claro.
Y no veas el chichón.
Lo dijo Hemingway y
ahora yo lo repito:
you don't hurt if I don't let you.
Me quedo bailando sola en mi cuarto,
a las dos de la mañana,
cuando todos duermen
y el mundo parece reducirse a una canción.
Al fin y al cabo, no es tan terrible.
Soy del viento.
Y me voy.
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