Aún era pronto cuando llegué, así que me senté en uno de los sofás de cuero que hay cerca del reloj en el vestíbulo y me puse a mirar a las chicas. En muchos colegios estaban ya de vacaciones y había como un millón de chicas sentadas y de pie esperando que apareciera su pareja. Chicas con las piernas cruzadas, chicas con las piernas sin cruzar, chicas con piernas fantásticas, chicas con piernas asquerosas, chicas que parecían chicas estupendas y chicas que debían ser unas brujas si llegabas a conocerlas. Era un panorama muy bonito, si entienden lo que quiero decir. En cierto modo, era también bastante deprimente porque uno no podía dejar de preguntarse qué sería de todas ellas. Quiero decir cuando salieran del colegio y la universidad. Te imaginabas que la mayoría se casarían con unos imbéciles. Con tíos de esos que siempre están hablando de cuántos kilómetros pueden sacarle a un litro de gasolina en sus malditos coches. Tíos que se enfadan como niños cuando les ganas al golf o hasta a un juego tan estúpido como el ping-pong. Tíos malos de verdad. Tíos que nunca leen libros. Tíos aburridos.
- Fragmento de El Guardián entre el centeno
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