Suena y pienso en ella.
Igual que cuando subía las escaleras,
y yo le miraba el culo desde atrás.
No me digas qué me gustaba más,
si mirarle el culo
o saber que era su culo el que estaba allí
delante.
El hecho de darme cuenta
de lo que su culo representaba para mí.
Toda mi vida colgada de su espalda
para terminar muriendo
en esas curvas.
Y nunca tuve miedo.
Joder, nunca tuve puto miedo.
El océano de su boca
era difícil de navegar,
sin naufragar,
sin terminar ahogándote.
Y desde el desierto de
mi cuerpo
saltaba al agua como
si mi vida dependiera de ello.
Y dependía.
Y bebí, y bebí, y bebí,
pero nunca llegué a calmar mi sed.
Siempre quise más.
Siempre quise.
Conté sus lunares cada noche,
pero cada mañana tenía uno nuevo.
Yo intentando aprendérmela de memoria
por si la vida la borraba.
No podía dejar de mirarla.
Nunca pude dejar de mirarla.
Nunca pude.
Su risa apagó todos mis monstruos
y su cama se convirtió
en mi paraíso terrenal.
El refugio a donde huía cada noche,
el cielo donde ella me llevaba a volar.
Nuestra guarida.
Suena y pienso en ella.
Quiero volver a mirarla.
La tengo más cerca
de lo que imagináis,
haciéndome caricias en la espalda,
preparándome para un nuevo anochecer.
Enamorándome.
Ven, date la vuelta,
déjame mirarte.
Quédate quieta,
no digas nada,
sólo déjame mirarte.
La reconozco en cada gesto,
en cada aproximación.
Es ella.
Su culo dando vueltas,
y mi corazón a mil.
La vida enredada en su ombligo,
y el temblor de sus caderas
a punto de tirar la casa abajo.
Es ella.
No hay más rincones,
más coordenadas.
Ella es el mapa.
Es ella,
joder.
Y quiero más.
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