Thursday, May 23, 2013

Me deshice de todos los relojes.
No llevo ninguno encima.
No hay ninguno colgado en mi pared.
No soporto el tic-tac de las manecillas.
Verlas moverse constantemente,
aceleradas,
con prisa.
Como si quisieran quemar
todas las vueltas de una sola vez.
Como si no tuvieran nada más que hacer
que girar y girar y girar
y no dejar de girar nunca.
Me ponen muy nerviosa.
Recuerdo que de pequeña,
(y no tan pequeña)
observaba las manecillas del reloj de la cocina,
para ver cuando se movía la manecilla grande (la de los minutos).
Si me quedaba mirando fijamente no se movía nunca.
Si dejaba de mirar,
seguro que se atrevía.
Y los minutos eran muy largos.

Pero luego, empecé a sentir,
una angustia atroz,
al contar el tic-tac del segundero.
1, 2, 3...
Y era un no poder parar.
Segundo que contaba, segundo que se iba.
Y frente al reloj,
te dabas cuenta,
del invento tan horrible que creó el ser humano,
cuando se le ocurrió la idea de medir el tiempo.
Porque se equivocaron,
no medían el tiempo,
se medían a sí mismos.
Un segundo más que cuentas,
es un segundo menos.
Y ahora, ya está comprobado,
contamos nuestro tic-tac.
Porque el tiempo se queda,
pero nosotros nos vamos.


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