- ¿Me das un beso?
La miró con cara rara.
- No.
- ¿Por qué?
- Porque eres una enana, y la hermana de mi amigo, y además no me gustas nada.
Se llevaban sólo tres años. Ella tenía 10 y el 13. Era el mejor amigo de su hermano, y se pasaba el día metido en su casa. Antes solían jugar los tres juntos, y a veces también venía la hermana de él, una niña preciosa pero bastante traviesa de 11 años. Eran vecinos, amigos del barrio de toda la vida. Y a ella le gustaba. No sabía por qué. Creía que era un tonto. Y que siempre se le caían las cosas. Y que se metía con ella, y a veces era muy pesado. Y no le gustaban las zapatillas que llevaba, ni tampoco como corría. Pero le miraba. Y sonreía cuando se le caía el balón al jardín de los vecinos, o cuando tropezaba con una piedra y se caía de culo al suelo. Y cuando andaba en bici, se quedaba mirándole, porque andaba muy bien, y era muy rápido, y hasta lo hacía mejor que su hermano. ¿Por qué no le daba un beso? Que tonto era.
- ¿No te gusto nada?
- No.
- ¿Nada nada?
- Que no. Déjame en paz mocosa.
Y se dio la vuelta, botando el balón de baloncesto. Entonces ella, antes de entrar en casa, le dijo:
- Eres tonto.
Él se dio la vuelta y le sacó la lengua.
- Tú más.
Ella le sacó la lengua.
- Bueno, como quieras. Tú ahora no lo sabes, pero un día, te gustaré mucho mucho. Y entonces tú querrás darme un beso. Y yo no te lo daré. Y te sacaré la lengua.
Y entró en casa corriendo. Él se quedó mirando la puerta, sonriendo. Mira que era descarada, y con sólo 10 años. Pero eso nunca iba a pasar. Porque era la hermana de su amigo, y además a él le gustaba una chica de su clase. Era rubia, y siempre llevaba vestido, y era la más bonita de todo el pueblo. Y la hermana de su amigo, bueno, nunca se lo diría, pero era fea, y vestía como un chico, y era como un pato. Un pato simpático.
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