Saturday, September 13, 2014

Hoy tuve ganas de escribirte.
De escribirte mucho.
Como si tuviera que resumir
toda la historia de la humanidad
en un sólo mensaje:
me dueles.
Eso hubiera bastado.
Y a la vez nunca habría sido suficiente.
Porque me dueles,
pero no puedes dolerme.
Y el silencio
es un precio demasiado
alto, créeme.
Yo que soy tanto de hablar
y de contar mil cosas
sin importancia,
sólo porque es importante
que seas tú el que las escuche
(o el que las lea en este caso.)
Esa es la puta jodida diferencia.

Pero no te escribí,
no, no lo hice.
Me anudé las ganas
y las guardé
en ese cajoncito de madera
en el que nadie mira nunca.
Me tragué las palabras
que iban a ser para ti,
y las metí en la nada.
Si no las lees tú
no quiero que las lea nadie.

Es como si en realidad
lo único importante
sólo fuera
el hecho de decirte
sin decirlo:
estoy aquí, no me voy,
aunque tú no quieras que me quede.

Y en vez de eso,
sólo dejo de escribirte,
con la dolorosa certeza de saber que tú no escribirás.

Y cuando el tiempo pase
y ya no te acuerdes de mí
yo seguiré notando tu ausencia
en mis dedos.
Y todas esas palabras que debían ser para ti
morirán de inanición.

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