No se merecen ni la mitad de lo que doy.
A la mierda el subjuntivo.
Ahora siempre me paso esa canción.
Yo, que siempre fui supersticiosa
y huí de los gatos negros,
estoy dispuesta a arriesgarme por el 13,
y si eso significa
mil años de mala suerte
que vengan a decirme
si alguien alguna vez
la tuvo de su parte.
A mi el viento no me jode las velas,
mi barco lo navego yo.
Él se fue sin mirar hacia atrás,
sin contestarme.
Le abrí mi corazón gritando, sangrando,
y ni siquiera supo ponerme una tirita.
Después de tantos años,
dolor.
Y sin querer,
siempre sin querer,
pero dolor al fin y al cabo.
No sé qué coño me pasa,
que siempre soy yo
la que quiere más,
la que da de más:
a la que le importa.
Y la vida no está hecha
para los generosos.
Cogen lo bueno y se van,
como si tú no fueras importante,
como si tú no lo sintieras,
como si tú no te rompieras
en mil pedazos de cristal.
Como si fueras como ellos.
Me dieron por todos los costados,
y seguí en pie,
nunca me derrumbé demasiado.
Como un edificio viejo
y gastado,
que todavía se ilumina
con los últimos rayos de sol,
mi sonrisa todavía
puede iluminarme.
La vida escribió en los tejados
un ojalá con tiza.
Y yo, desde abajo,
intenté creer
que algo increíble llegaría
antes del atardecer.
La lluvia cae,
todo se borra.
Ahora me río.
A la mierda el subjuntivo.
No se merecen nada.
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