Nos quedarán los bares
Siempre nos quedarán los bares.
Las miradas muertas de todos esos zombis,
y la esperanza
de que nuestras manos se rocen
cuando los dos
vayamos a pedir
otra cerveza.
Quizá entonces me mires
con ojos llenos de sorpresa,
como si por primera vez
lo que vieras
te incitara un "quizá".
Aunque los quizá
sean tan efímeros
que no puedan atraparse,
más frágiles
que soplar una pestaña.
Siempre nos quedarán los bares.
Las horas intempestivas
en las que casi nadie
sabe dónde
está,
en las que lo único que importa
es que el corazón lata
al compás
de la locura que siempre nos trae la noche.
No sé si te acordarás de aquella madrugada.
Siempre nos quedarán los bares.
Las niñas bailando como si no hubiera un mañana,
y los niños intentando entender
por qué aunque las toquen
nunca pueden cogerlas;
son mariposas
que nunca se quedan.
Siempre nos quedarán los bares.
Las luces tenues
y las voces susurrantes.
Los intentos por llegar
un poco más allá de lo prohibido.
La certeza de saber
que el sol
siempre se lleva lo mejor.
Siempre nos quedarán los bares.
Pero como no me fío mucho,
mejor compro unas botellas de cerveza,
y te espero en mi sofá
bailando una de Lana
sin pasados ni futuros.
Como si pudiéramos hacer
que el momento sí contara,
como si pudiéramos hacer
que el presente
fuera de verdad
lo único importante.
Te espero en esa canción.
(Cuando te vayas,
te habré metido en el bolsillo derecho del pantalón
un pedazo de papel:
nos vemos en los bares.)
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