Un poco de dolor por vena.
Puedo correrme pensando en
el océano de sus ojos.
Eran más azules que el puto cielo.
A más de mil años luz,
y sin tocarle.
Me duele la piel
de tanta ausencia.
Pero me recompongo a cada paso.
Fue el único que me miró
como si yo de verdad existiera,
como si yo de verdad estuviera ahí.
Y joder,
estaba ahí.
Mirándole de vuelta,
queriendo parar el tiempo
para siempre.
Como si al mirarme
me hubiera hecho inmortal.
Y es que fuimos inmortales.
Mi corazón
latiendo a matar
en cada instante
en el que él estaba a menos
de cinco centímetros de mí.
Queriendo ahogarme
en sus lunares para siempre,
sabiendo que una vez dentro,
ya no habría forma de salir.
Pero es que yo
ya no quería salir,
no querría salir en la puta vida.
Me quedé a vivir en él,
como si hubiera sido
una sin techo toda mi vida
y el fuera el cobijo
que llevaba esperando
sin saberlo.
Como si no hubiese en el mundo
mejor lugar que su pecho.
Y es que todavía no he encontrado un lugar mejor
que aquel en el que el calor de su piel
me envolvía entera.
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