Friday, April 5, 2013

Era una neurótica las 24 horas del día. Incluso dormida. No había manía que ella no tuviera. Se ponía nerviosa con solo mirarla, y no podías decir ni hacer nada si veías que empezaba a ponerse el dedo pulgar en el cuello, porque eso quería decir que ya estaba desatada, y cualquier cosa que pudieras hacer o decir sólo la alteraría más. Lloraba porque sí. Cuando menos te lo esperabas. Y nunca sabías como hacer para que parara de llorar. Por eso te ponías a hacer bromas, y cuando conseguías hacer que una tímida sonrisa asomara por entre las lágrimas, sentías que habías logrado una pequeña victoria. Estaba más bonita cuando sonreía, ¿verdad? Ella nunca te creería. Sería una celosa patológica. Te lo pondría difícil, día sí, día también. Sería lo más complicado del mundo lidiar con ella. Le echaría la culpa a esas malditas pastillas, claro, pero tú sabías que muchas cosas le venían de serie. Como ese pronto indomable que no era capaz de controlar. O esa manera infantil que tenía de soñar. Tendrías que encargarte de ponerle constantemente los pies en la tierra. Y eso no sería tarea fácil. Pero podrías con eso. Con eso y con todo. Aguantarías todas sus discusiones, todas sus lágrimas, todas sus neurosis, todas sus manías, todas sus paranoias, todas sus locuras, sin apenas quejarte. Casi sin inmutarte. Seguirías firme, sólido. De pie después de cada vendaval.

¿Cómo lo hace? Pensaría ella.

Y es que aún no entiende cómo lo consigues. Pero de alguna manera, intuye que tú eres la parte de la balanza que equilibra el peso. Que juntos tenéis más fuerza de la que podríais imaginaros. Y a pesar de su locura, se empeña, día si, día también, en crear mundos de colores para ti. 

Porque sabe que sin ti está perdida.

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