Wednesday, April 17, 2013

Huele a verano.
Casi a mar, cuando me asomo a esta ventana que me muestra esta grisácea ciudad.
Cuando sale el sol, el gris desaparece.
Y miras hacia el norte, a la derecha en tu ventana, y casi consigues ver el mar.
Sientes, que no estás tan lejos de casa.
Al fin y al cabo, el cielo es igual para todos.
Y la luna brilla igual, aquí, allí, y en el infinito.

Huele a verano.
Y mi mente recorre lentamente paisajes hace tiempo visitados.
Momentos que casi quedaron olvidados.
Despertando esa intensa urgencia de alcanzar las estrellas.
Mientras los pies buscan desesperadamente el tacto de la arena.
Y el roce de las olas en esa conocida orilla.

Huele a verano.
Como olía cuando apenas alcanzaba la parte de abajo de ese armario.
Cuando todavía el tiempo parecía interminable.
Y cada tarde de verano era una aventura salvaje.
Ahora parece que solo fueron parpadeos.
Pero el tiempo se paraba, y no había horizontes que pudieran limitarnos.

Huele a verano.
A pelo mojado, a salitre en la piel.
A campo, a trigo, a ese polvo que se levanta al andar por caminos pedregosos.
A viento, a sol, a flor silvestre.

Huele a verano.
A saltar, a lanzarse, a locura.
A sonrisas, a noches inagotables, a viajes sin destino.
Huele a oportunidad, a sueños imposibles, a atreverse.
Huele a sentir, huele a exprimir, huele a explorar.
Huele a vida.



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