Sunday, April 7, 2013

Eran las nueve de la noche. Hacía frío. El humo de su cigarro se mezclaba con la densa niebla que cubría toda la ciudad. Los edificios se difuminaban; la lluvia mojaba. Paseaba, no quería que el frío le entrase hasta los huesos. El ruido de su tacones retumbaba por el eco, en aquella calle vacía. Se frotaba las manos, y a cada cuatro pasos le daba una calada al cigarro. Estaba nerviosa. No le gustaba aquel barrio. Normalmente no solía haber gente en la calle, era un lugar muy poco transitado. No se sentía cómoda. Se subió las medias, se la caían al andar. Miró a un lado, al otro, y cruzó la calle. Estaba en estas, cuando un coche se paró justo delante de ella. Se paró de golpe, y tiró el cigarro. Miró nerviosa en todas direcciones, como cerciorándose de que no hubiera nadie cerca. El conductor bajó la ventanilla. Ella le miró fijamente. Por dentro, estaba temblando, no de frío precisamente
- ¿Cuanto? - Le preguntó él sin rodeos.
- 50 el completo. - Le contestó ella, haciendo un gran esfuerzo para que no le temblara la voz.
- ¿Un poco caro no?
- Es lo que hay.
La miró de arriba abajo. Llevaba un abrigo muy cerrado, pero se lo notaba el busto bajo aquella capa de cuero. Pensó que debería tener buenas tetas. Las piernas quizá demasiado escuálidas, pero era alta, y tenía unos ojos bastante bonitos. El pelo largo siempre era un punto a favor. Miró hacia el otro lado de la calle, pero no vio a nadie más. ¿Que hora era? Las nueve y cuarto. No tenía mucho tiempo. Qué cojones, lo importante era follar, pagaría los 50.
- Vale, sube. 
Le abrió la puerta del copiloto. Ella tragó saliva, e intentó pensar en algo bonito mientras subía al coche. No quería que le notara lo nerviosa que estaba, o el asco que le daba su olor a vino barato. Intentó parecer profesional, experimentada, pero su mirada inocente la delataba demasiado. Acababa de cumplir los diecinueve y aunque no era virgen, nadie podía decir que le sobrara experiencia. Se había maquillado horriblemente mal, a posta claro, y gracias a la ropa que llevaba, él le echaba unos veinticinco. Pero la verdad era que a su lado iba una mujercita a penas rodada en los arrabales de la vida, que no tenía ni idea de lo que vendría después. Respiró hondo, e intentó tranquilizarse. Pensó que no podría ser tan malo. Obviamente, se equivocaba.

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