Wednesday, April 3, 2013

Volvíamos ya. Después de seis días aislados del mundo. Seis días como seis sueños. Seis días en que el olor  a leña, el canto tempranero de los pájaros, el ulular del viento, las calles viejas, el sonido de ese arroyo que habitualmente está seco, el color verde, los paseos sin destino, y las horas sin reloj nos han acompañado. Volvíamos ya. Por esa carretera, por la que siempre volvemos. Iba sentada en el asiento de atrás, a la izquierda, como siempre. Mirando sin ver por la ventana, perdida en ese rememorar de todos los momentos vividos, como queriendo aprendérmelos de memoria, como queriendo hacerlos más míos al repasarlos con detalle. Y entonces las he visto. Eran miles. Pequeñas, curiosas. Aparecían aquí y allá, pintando el verde solitario de las campas. Y cuanto más avanzábamos, más aparecían. Y de repente, formaban una alfombra blanca, hecha de flores silvestres. Eran preciosas. Y me han hecho sonreír. 

El frío siempre se va, y cuando ellas aparecen, llega la primavera.

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