- Perdona, se te ha caído esto.
Recogió el folio del suelo, y se lo dio.
- Gracias. - Le contestó ella. Lo cogió y lo guardo en la carpeta que llevaba. Estaba petada de papeles, y claro se le iban cayendo las cosas cada dos por tres. Para cuando levantó la mirada, la chica que lo había recogido ya se había ido.
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Estaba leyendo el periódico en la cafetería de la esquina. Siempre desayunaba allí antes de entrar a currar, porque en casa se estresaba, y prefería ir al bar, leer el periódico y respirar un poco. Café solo y un croissant. Era su desayuno habitual. A veces también tomaba un zumo de naranja, según el día. Ese día no tomó zumo. Tenía un poco de prisa. Una reunión a primera hora con los de marketing. Estaba bastante taquicárdica. Parecía que no estaban de acuerdo con la propuesta artística para los carteles. Que se fueran a la mierda. No tenían ni idea. Pero la vida funcionaba así. El que está por encima tuyo tiene derecho a todo. Y tú a tragar. Que asco de mundo. Le dio un sorbo al café mientras leía lo que había echo el Valencia. Otra vez perder, vaya panda de inútiles. Levantó la cabeza, para mirar un momento a su alrededor. La cafetería estaba bastante vacía.Todavía era muy temprano. Entonces alguien entró. Era una chica que iba vestida de traje, jodidamente impecable, con un maletín de cuero en la mano derecha, y unos tacones de unos once centímetros por lo menos. Llevaba el pelo atado en una coleta alta, y la cara levemente maquillada. Al verla, se sintió una completa mamarracha, con sus pantalones vaqueros, y su jersey de lana, y su pelo atado en un moño. La chica la saludó al entrar, y ella se quedó anonada, porque según sus cálculos mentales, no la había visto en la puta vida. La chica en cuestión se acercó a la barra del bar, pidió un zumo de naranja y un croissant y se sentó en la mesa de al lado. Sacó la tablet y empezó a teclear como una loca, mientras le daba pequeños sorbos al zumo. Y cómo la curiosidad podía con ella, giró la cabeza y le preguntó:
- Buenos días, oye, ¿nos conocemos? Es que me has saludado al entrar, pero chica, no me suenas de nada. Y como soy muy despistada y no veo bien de lejos, igual te conozco pero no me he dado cuenta.
- No, no tranquila. El otro día nos cruzamos ahí fuera, en la esquina, y se te cayó un folio al suelo. Lo recogí. Me acordaba de tu cara, por eso te he saludado.
- Ah, ostias. Vale, vale. Es que con las prisas no tuve tiempo de verte a cara, y claro yo pensaba que no te había visto en la vida. Bien, pues me quedo más tranquila. Disfruta de tu zumo.
Y se dio la vuelta para seguir leyendo el periódico.
Le temblaban las manos mientras cogía el vaso del zumo, y tuvo que dejar la tablet en la mesa. Tragó saliva dos veces, e intentó pensar en otra cosa, pero no podía. Entonces, de repente, se levantó y salió del bar. No paró hasta llegar a la oficina. Se sentó delante del ordenador, sin saludar a nadie, y se puso con las cuentas que tenía pendientes. Dios mío, que torpe era. Una sola frase, eso era todo lo que había logrado en un mes. Ni siquiera consiguió un mínimo de contacto visual. Ella sólo la habló porque se quedó extrañada, nada más. Que vergüenza tan grande. No podía concentrarse en el balance ni en nada. No se quitaba de la cabeza la escena del bar. Qué momentazo, desde luego Vaya fracaso. Pensaba que quizá una vez que empezaron a hablar conseguiría una conversación decente, pero no, nada, cero, la misma incapacidad de siempre. Había perdido tres kilos, estaba completamente descentrada en el trabajo, llevaba sin llamar a su madre más de una semana, y la tarjeta de crédito había sufrido un palo considerable. ¿Qué le estaba pasando? Nunca le había ocurrido nada igual. Estaba como obsesionada, no se la podía quitar de la cabeza. Y joder, que guapa estaba. Con ese jersey de lana de colores, y esos vaqueros ajustados. Se concentraba tanto para leer el periódico que fruncía el ceño. Le parecía irresistible.
- Buenos días, oye, ¿nos conocemos? Es que me has saludado al entrar, pero chica, no me suenas de nada. Y como soy muy despistada y no veo bien de lejos, igual te conozco pero no me he dado cuenta.
- No, no tranquila. El otro día nos cruzamos ahí fuera, en la esquina, y se te cayó un folio al suelo. Lo recogí. Me acordaba de tu cara, por eso te he saludado.
- Ah, ostias. Vale, vale. Es que con las prisas no tuve tiempo de verte a cara, y claro yo pensaba que no te había visto en la vida. Bien, pues me quedo más tranquila. Disfruta de tu zumo.
Y se dio la vuelta para seguir leyendo el periódico.
Le temblaban las manos mientras cogía el vaso del zumo, y tuvo que dejar la tablet en la mesa. Tragó saliva dos veces, e intentó pensar en otra cosa, pero no podía. Entonces, de repente, se levantó y salió del bar. No paró hasta llegar a la oficina. Se sentó delante del ordenador, sin saludar a nadie, y se puso con las cuentas que tenía pendientes. Dios mío, que torpe era. Una sola frase, eso era todo lo que había logrado en un mes. Ni siquiera consiguió un mínimo de contacto visual. Ella sólo la habló porque se quedó extrañada, nada más. Que vergüenza tan grande. No podía concentrarse en el balance ni en nada. No se quitaba de la cabeza la escena del bar. Qué momentazo, desde luego Vaya fracaso. Pensaba que quizá una vez que empezaron a hablar conseguiría una conversación decente, pero no, nada, cero, la misma incapacidad de siempre. Había perdido tres kilos, estaba completamente descentrada en el trabajo, llevaba sin llamar a su madre más de una semana, y la tarjeta de crédito había sufrido un palo considerable. ¿Qué le estaba pasando? Nunca le había ocurrido nada igual. Estaba como obsesionada, no se la podía quitar de la cabeza. Y joder, que guapa estaba. Con ese jersey de lana de colores, y esos vaqueros ajustados. Se concentraba tanto para leer el periódico que fruncía el ceño. Le parecía irresistible.
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