Podría decirte que desde ese momento todo se volvió borroso, desenfocado, como cuando miras por un caleidoscopio. Quizá fueron las lágrimas a deshora y ese sabor a sal en los labios que me recordaba que tú no ibas a ser quien se enredara en mi pelo, quien se parara a respirar en la peca que tengo al sur del ombligo, quien me mirara como si mis ojos fueran los únicos ojos de todo el puto planeta. No, no ibas a ser tú. Y qué decirte si pensé que tú sonrisa podría apagar todos mis miedos, y llevarme a cualquier lugar mejor, donde todo lo que tocara tuviera tu tacto y tu olor y me sintiera eternamente protegida. O algo de eso. Qué decirte si por un segundo pensé que quizá estuviéramos hechos el uno para el otro. Ya ves que tontería. Nadie está hecho para nadie. Pero quise pensar que sí. Y cuando me desperté de mi sueño tú estabas hablándome de ella. La vida y sus garras afiladas, la presión en el pecho. Y tus ojos quemando mi talón de Aquiles.
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