Y la hubiera follado toda la noche. Y al sol le hubiera dicho que se fuera a tomar por el culo. Que ya la tenía a ella. Que lo demás no importaba. Que en mi noche eterna sus ojos eran dos faros que me llevaban siempre a buen puerto. Al refugio de su pecho, a las curvas de su cuerpo, a su calor más íntimo. Pertenecía a ese lugar más que a ningún otro sobre la faz de la tierra. Sin necesidad de mapas, pues me los sabía de memoria, recorría sus océanos de carne. La vida ardiendo y en bolas. Un mordisco al corazón de madrugada.
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