Te dejo en esos sueños
en los que a veces apareces
diciendo no sé qué.
Nunca entendiste mis pesadillas,
mis miedos parpadeando a la luz de las farolas,
y mi angustia nocturna
porque la oscuridad nunca me ha gustado.
Te dejo en esos sueños,
con tus ojos marrones
y tu sonrisa a medias,
esa que nunca fue para mí,
esa que siempre fue para otra.
Te dejo porque necesito
liberarme por completo
del magnetismo inevitable
que ejerces en mi cuerpo.
No fui tuya, ni de él,
no fui de nadie.
Pero si hubiera tenido que recorrer
el mundo por ti,
ahora estaría a medio camino,
en Alaska,
en el desierto del Gobi,
o en los Andes,
clamando al cielo
por verte otra vez,
clamando al cielo
porque me hicieras daño.
Cuanta mierda
en esos campos.
Secretos que sólo sabe el viento.
Miradas que son navajas,
creando la hemorragia inevitable.
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