Ellas son así. Niñas pequeñas en cuerpos de adultas. Miro a mi abuela, y veo el esfuerzo de haber sido madre toda una vida. La veo cansada, pero sigue al pie del cañon. Y sé que seguirá hasta que sus manos se rompan del todo, y sus rodillas crujan definitivamente y ya no pueda andar. Hasta el último día de su vida. Sé que seguirá. Ellas, mis tías, ángeles caídos del cielo, luces terrenales que iluminan más que nada, tienen esa discapacidad. Una de ellas está en silla de ruedas. Su edad mental es la de un bebé. Sólo anda si la agarras, y sólo balbucea dos palabras inteligibles: mamá, y agua. Sus dos necesidades más básicas. Mi otra tía, tiene diagnosticada una edad mental de tres años. Habla, aunque bastante torpemente, y ayuda en todo lo que puede a mi abuela, y es más buena que el pan, aunque a veces se enfadaba con mi abuelo y le levantaba la zapatilla, y se ríe, y le encanta cantar, y le dan miedo los ruidos fuertes, y cuando sale a pasear contigo es la más feliz del mundo, y saluda a toda la gente que se cruza por la calle, y tú la coges de la mano, y ella va contigo al fin del mundo si la llevas. Te dice "te quiero" cuando menos te lo esperas, y a ti se te derrite el corazón. Porque la quieres a morir, y matarías a cualquiera que intentara hacerla daño. A las dos. Mataría a cualquiera que se acercara a ellas a intentar hacerles daño. Son mis tías, pero yo soy su tía en realidad, su hermana mayor, la que las protege y las cuida. La que las quiere más que a nada. Y la gente que no tiene a personas así cerca no puede entender lo que es. No pueden entender lo que es, ir con ellas por la calle, y con tu primo, el mayor, cuando él tenía unos 11 años. Que un niño desconocido al cruzarse con nuestra tía, que va por la calle en silla de ruedas por supuesto, diga en voz alta y sin cortarse, que qué fea es, y que mi primo, con una rabia enorme, conteste que es guapa y que se calle. Mirarle con el orgullo más grande del mundo, y tener la certeza de saber que él no va a ser cómo ese otro desconocido. Así de idiota, así de imbécil. No. Porque él ha crecido con ellas. Y él ya lo sabe todo. Porque la gente que no tiene a personas así, no sabe lo que es, que aunque parezca que tú les tienes que enseñar todo, acaben ellas enseñándote a ti. Y joder que si te enseñan. Te enseñan a tener paciencia, a saber escuchar, a observar los gestos, los detalles, para intentar adivinar qué es lo que necesitan. Te enseñan el poder de extender el brazo y ofrecer tus manos. Tú sólo tienes que alargar tus brazos, y ella te los coge, y se levanta, y empieza a andar. Le das esa oportunidad. Y ella a ti te lo da todo. Te enseñan el valor de un amor incondicional, forjado durante años de convivencia y de entendimiento mutuo. Tendriais que verlas, cuando se agarran de la mano, o cuando se abrazan. O cuando la mayor intenta jugar con la pequeña. Se os rompería el corazón de tantísimo amor, de tantísima ternura. Te enseñan que hay momentos que son auténticos tesoros, como cuando ella, la pequeña, me miró aquella vez, y empezó a acariciarme el pelo, haciéndome mimos, como si yo fuera su muñeca, o su hermana pequeña. Un gesto tan puro de amor que me derretí en el momento. Y algunos creerán que como no habla, no expresa. Que no siente, que no sabe. Y una mierda. Expresa, comunica todo el rato. Sólo tienes que estar ahí, y prestar atención. Pero la gente no suele prestar atención, y es entonces cuando se pierden los matices. Mi abuelo siempre la tuvo sobre protegida, y creo que también le daba apuro lo que los demás pudieran decir, o hacer. Las tuvo en casa la mayor parte del tiempo, y no han interaccionado demasiado con el mundo. Eso ha mermado sus facultades bastante, y ha impedido su desarrollo dentro de sus posibilidades, claro está. Pero ahora mi abuelo está malito. Y ya no está en casa con ellas. Y yo he podido pasar mucho tiempo con las dos. Y sobre todo, con la pequeña, he descubierto muchas cosas. Por ejemplo, sabe muy bien donde tiene mi abuela guardadas las revistas que tanto le gusta romper. Si la agarras y dejas que te lleve, irá directa al cuarto de mi abuela, se agachará, abrirá una caja de mimbre, y sacará las revistas. Le encanta abrir puertas. La levantas del sofá, y se dirige directamente a la puerta de la calle, la abre (con ayuda de su sobrina), y sale al rellano. Entonces se empieza a reír mucho, y le cambia la cara, y ves que está emocionada. Y la primera vez que lo hizo, me sorprendí muchísimo, pero ella sabía muy bien lo que hacía. Se acerca al ascensor e intenta darle al botón. Le cuesta bastante, porque no controla bien sus manos, y no tiene tanta capacidad de maniobra como nosotros, pero si la ayudas un poco colacándole el brazo bien, ella pulsa el botón. Y luego abre el ascensor, y entra dentro con unas ganas increíbles. Quiere bajar a la calle. Siempre le ha encantado la calle. Y sale al portal. Y entonces intenta abrir la puerta del portal. Pero está dura, y es difícil, y le cuesta mucho. Pero quiere abrirla. Y con un poco de ayuda lo consigue. Y entonces te ves con ella, en la calle, y ella como Pedro por su casa, se encamina a un coche que hay aparcado en frente. No es el nuestro. Ella no sabe cual es el nuestro. Pero es un coche. Sabe que es un coche. Lo señala, y se acerca. Quiere montarse. Relaciona coche con irse de paseo por ahí, porque la hemos llevado muchas veces, y a ella le encanta. Y entonces tú la miras, y le dices: no cariño, no es nuestro coche, no podemos irnos, tenemos que ir a casa a comer, y ella te mira sonriendo, y tú estás alucinando. Porque siempre la han tratado (no les culpo, lo entiendo y es normal), como una inválida total, como un bebé indefenso (que en realidad lo es, no puedes dejarla sola), pero no es nada pero que nada tonta. Y si estás atenta a los detalles, descubres muchas cosas que no pensabas que ella percibía, pero sí lo hace, y sonríes orgullosa. Y le encantan los niños, y los perros, y cuando paseas con ella siempre te los señala, y te mira como diciéndote: mira, mira que bonitos son y que pequeños, yo quiero uno. Y no puedes dejar de sonreír, y joder cuanto la quieres. Y te acuerdas de como una vez vaciló a tu abuelo, y eso ya te pareció el colmo, y que grande es por dios. Y te enseñan, las dos, que siempre nos dejamos guiar por las apariencias, pero luego, cuando llegas al interior, puedes descubrir cosas increíbles. Y que puede que ella no sepa abrir bien las puertas, y puede que la mayor no sepa distinguir la hora que es, o que día es, y no perciba bien la noción del tiempo, y puede que sean unas niñas, pero son increíbles, y puede que no sepan muchas cosas, pero saben querer, y quieren con locura. Y eso es algo tan grandioso que no sé ni cómo explicarlo, y te enseñan que al final lo único que necesita un ser humano es tener cerca a otro ser humano, que le cuide, y le proteja, y le de amor y cariño, y que con eso, se puede salvar el mundo. Porque si las miras cuando están juntas, comprenderás que ellas no necesitan nada más, y si me miras a mí cuando estoy con ellas, comprenderás que yo tampoco. Que quizá no lleguemos nunca a cambiar el mundo, pero podemos cambiar a las personas, dándoles amor, y cariño, y ternura. Prestando atención. Estando ahí. Tendiendo los brazos. Salvándonos unos a otros. Queriéndonos.
Joder, Mikele... ¡Bravo!
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