Yo solía pensar que si el individuo X quería al individuo Y,
y el individuo Y quería al individuo X,
la ecuación ya estaba resuelta.
¿Que ingenua verdad?
Que equivocada estaba.
Porque el amor no es matemática.
O al menos para mi nunca lo fue.
Cuando pensé que eso era suficiente.
Querernos hasta quemarnos el alma,
hasta dolernos.
Querernos tanto
que a veces se me olvidaba
que en el mundo real
no todo son carcajadas
a deshora y despertares
que podrían eclipsar
a todos los soles del universo.
Y es que si hubiésemos vivido
en el infierno,
lo habríamos convertido en paraíso.
Juntos.
Pero vivíamos encima de este asfalto
que cansa,
y destroza,
y rompe
a todo el que lo pisa.
Y yo ya estaba rota cuando tú me conociste.
Y yo ya estaba rota
cuando juré que iba a quererte para siempre.
Y créeme,
no romperé el juramento.
Pero la experiencia me enseñó
que hay juegos que no se pueden jugar,
que hay momentos
en los que incluso el amor
es incapaz de reaccionar,
que hay angustias
tan grandes
que ni el huracán
mas salvaje
puede ahuyentarlas.
Quizá este condenada.
Pero eso nunca evitará
que me duela el corazón
cada vez que te recuerde.
Porque alejarme
de tus ojos
fue lo más jodidamente
difícil que he tenido que hacer.
No volvería a ser capaz.
Te voy a querer siempre.
Pero necesito poner los pies en la tierra.
Ahora no sé donde coño los tengo.
Te voy a querer siempre.
Pero ahora necesito
empezar a quererme a mí.
Porque siempre descuidé
mis sonrisas
por hacer sonreír a los demás.
Y ahora tengo que volver a sonreír.
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