No sé que quieres que te diga. Que las encrucijadas del camino me hicieron débil. Que ella se fue, y dejó un vacío tan enorme que el aire sabe a plomo al respirar. Que bueno, hubo un chico sí. Uno que me hizo soñar con el cielo y las estrellas. Que se reía de esa forma, y se llevaba bien con todo el mundo, y siempre tenía algo que decir. Me rompió el corazón. Luego pasó el tiempo. Volví a ser capaz de saltar al vacío. Y volvió a salirme mal. Y luego eso de que no estaba bien en esa ciudad. Y tuve que volver a casa. Y eso también me salió mal. Y de repente todo era un caos. Y luego llegó él. Y todo fue de colores. Y yo sonreía todo el rato. Y era como si todos los planetas se hubieran alineado, y por fin sentí que a alguien le importaba, y me miraba de esa manera, que me hacía sentir bonita, cuando yo siempre había sido el patito feo, incluso recién levantada le gustaba, con los pelos revueltos, y esas ojeras, y esas ganas de desayunar y de pasar de él y del mundo, pero a él le daba igual, me miraba siempre así, como te mira alguien que te quiere. Y luego otra vez salieron mal las cosas, y más dolor, y más gris, y más lío. Y ya no me acuerdo de cuantas veces he hiperventilado a las tantas de la noche, mirando al techo, rodeada de mis monstruos, y de todos esos nombres que me recordaban que esto del amor puede ser un puto huracán que se lo lleva todo por delante, un auténtico desastre. Y no sé que quieres que te diga. Que sólo sé querer a quemarropa, de una manera impulsiva, y sin trazar ningún plan. Y si soy torpe, no es mi culpa. En ese terreno nunca medí los pasos. Siempre salté al vacío, siempre crucé sin mirar. Y nunca supe, si el que se llevaba lo mejor de mí, iba a cuidarlo, o a tirarlo a la basura. Pero si no te arriesgas, la vida es tan apática que conmigo no contéis. Necesito gritarle al viento esas verdades como puños que salen directas del corazón. Si no hay nadie ahí para oírlas, es otro asunto.
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