- Hola. No sabes cómo me llamo. Yo sí sé cómo te llamas. Sé quién eres. Sé con quién andas. Sé a qué sitios vas, y a cuales no. Sé que te gustan el fútbol y la cerveza, y que no fumas. A mí también me gusta el fútbol. La cerveza también me gusta, pero no puedo beber. Si pudiera beber seguiría bebiendo cerveza. Sobre todo cerveza, sí. Tampoco fumo. Hace ya más de un año que lo dejé. Bueno, que ya sé que esto no te importa, pero te lo cuento igual. Sé que gesto haces cuando alguien te habla, y me sé de memoria la forma de tu boca cuando sonríes. Ese oyuelo me sigue matando. Y creo que no hay día en que no piense que cuando sonríes así, iluminas. Sé que no te relacionas mucho con los demás. Sobre todo con desconocidos. Que te cuesta hablar y todo eso. Que eres bastante introvertido. Sé que nunca me miras a la cara, y que no te das cuenta de si estoy o si dejo de estar. Sí, eso lo sé muy bien. Pero bueno me da igual. A pesar de saberlo, aquí me tienes, diciéndote que estoy idiota desde que ese día apareciste en no sé dónde y no sé que pasó pero no dejo de pensar en ti y en cómo no paras quieto y en lo bruto que eres y en las ostias que les das a las paredes y en que estás loco y en que eso me gusta. Y no sé por qué te lo estoy diciendo, pero te lo digo porque si no te lo digo no sé que hacer con todo esto y se me hace una bola dentro y siento que me ahogo y entonces te lo tengo que decir y te lo estoy diciendo.
La miró con cara rara, cómo si la viera por primera vez. Apenas parpadeó, y no dijo nada. Agachó la cabeza.
- ¿No dices nada?
- ¿Qué quieres que te diga? - Contestó a media voz, sin levantar la mirada.
- Pues no sé, cualquier cosa, lo que sea. Que estoy loca, que a ver de que voy, que soy una skizo o que te parezco ridícula, que estas cosas no van así, y que no te parece correcto, y que estoy pirada, y majara, y que se me va la olla, y que me medique, y que si ni siquiera me miras a ver qué coño hago diciéndote estas cosas, si ya sé que para ti no existo y no soy importante, y que entonces debería estar callada, y que me calle.
- Pero no quiero que te calles.
- Pues con esa cara que tienes, y que no me miras, y que parece que vas a salir corriendo en cualquier momento, cualquiera lo diría.
Entonces levantó la mirada bruscamente y la miró de una manera que ella no supo descifrar.
- ¿Me vas a pegar? - Le preguntó con miedo, porque quizá se había pasado de la raya. Al fin y al cabo, no podía hablarle así, y él tenía derecho a pasar de ella.
- No.
- ¿Qué vas a hacer?
- Ahora mismo, tomarme otra cerveza.
- ¿Y luego?
- Luego no es ahora. Luego no se sabe. Nunca se sabe.
- Vale.
Cogió un taburete y se sentó a su lado. Él la miró alucinado, pero no dijo nada. Pidió la birra, y empezó a beber. No la miraba. Sólo bebía.
- ¿Entonces que piensas de mí? ¿No piensas que estoy loca y que me tengo que medicar y que me tengo que callar?
- Sí, desde luego. Pienso que estás loca, y que te deberías medicar, y bueno, hablas mucho, sí.
- Gracias.
- ¿Por qué?
- Por decirme la verdad, lo que piensas.
- De nada. - La miró perplejo, qué rara era.
- ¿Cuando termines la birra quieres venir conmigo a algún lado que no sea este?
- No sé cómo podría ser de otra manera.
- No, no podría ser de otra manera, pero me gusta recalcarlo.
- Bien. Eso está bien.
- ¿Entonces?
- Sí. Supongo que podría ir a algún otro lado.
- ¿Conmigo?
- Sí. Vale.
- Vale.
Se terminó la birra, y salieron del bar. Ella no sabía a dónde iba. Y en realidad, le daba igual. Él la siguió como se sigue al explorador que va sin brújula, confiando en que supiera lo que estaba haciendo, pero sin tenerlo claro del todo.
- ¿Te ha gustado lo que te he dicho?
Se quedó callado un rato, luego respondió bajito:
- Sí. Mucho.
- Bien.
- ¿Por qué me lo has dicho?
- Porque quería decírtelo.
- Es lógico, sí.
- ¿Te parece mal?
- No. Sólo que es raro.
- ¿Raro?
- Sí. Habitualmente nadie va diciendo esas cosas por ahí. Así, tan abiertamente, tan sin tapujos, tan sin miedo a que te crucen la cara, y esas cosas.
- Bueno cabía la posibilidad de que me cruzaras la cara, pero no era lo más probable. Lo más probable era que te quedaras callado. Cosa que has hecho. Y que luego siguieras como si nada. Cosa que también has hecho. Pero también cabía la posibilidad de que te gustaran mis palabras. Cosa que según dices a pasado. Y eso me da puntos.
- ¿Puntos?
- Sí. He avanzado.
- ¿Avanzado a dónde?
- A una situación que ya no es la de antes.
- ¿En qué sentido?
- Bueno, para empezar estamos hablando. Cosa que antes no hacíamos. Y en segundo lugar, estamos andando juntos hacia alguna parte. Que no sabemos cuál, pero ese no era el objetivo. El objetivo era andar contigo.
- Entiendo.
- No sé a dónde quiero ir, pero sé que quiero ir contigo. Ese es el asunto.
- Y estás yendo conmigo.
- Exacto.
- Así que esos son tus puntos.
- Sí, eso es.
- Es fácil.
- No te creas, acercarme a ti ha sido bastante más difícil que aquellos exámenes de cálculo que un día pensé que podría aprobar.
- ¿No los aprobaste?
- No.
- ¿Y hoy?
- ¿Y hoy qué?
- ¿Cómo te ha salido el examen?
- Diría que un suficiente.
- Sí, podría ser.
Siguieron andando un rato. No hacía frío, aunque el sol estaba a punto de ponerse. Se habían desviado de la calle principal, y se dirigían a un parque de las afueras. Eso de ir sin rumbo era gratificante, liberador. Entonces él le preguntó:
- ¿Y por qué se te hacía difícil acercarte a mí?
Ella le miró fijamente, luego bajó la cabeza, y sonrío. Tenía las mejillas sonrojadas y las piernas le temblaban levemente.
- Porque cada vez que te miro, mi corazón se desboca y siento que estoy a punto de morirme. Y luego has hablado, cosa que no me esperaba. Y entonces, me has matado.
- ¿Te he matado?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Porque ahora ya lo sé.
- ¿Ya sabes qué?
- Lo que me temía.
- ¿Y qué te temías?
- Que me había enamorado de ti.
Se quedó callado. Miró al horizonte y respiro hondo. Estaba chiflada del todo.
- ¿Y?
- Pues eso.
- ¿Pues eso qué?
- Que estoy enamorada de ti, so imbécil.
Y salió corriendo. Se fue directa al columpio, uno de esos de neumático antiguos. Tenían que renovar ese parque, desde luego. Y se empezó a columpiar. Se quedó mirándola como atontado. ¿Cómo iba a estar enamorada de él? Dios mío, que locura. Y sin embargo, en todo aquel sin sentido, algo parecía encajar de una manera demasiado perfecta. Era como si toda su vida hubiera estado esperando un momento como aquel, sin saber qué era lo que estaba esperando. Quizá la había estado esperando a ella. A que apareciera, con su locura y su sonrisa y esa forma de hablar compulsiva. ¿Y si era eso? ¿Y si era ella la solución del rompecabezas? Pero no podía ser. Aquello no tenía sentido. Y sin embargo...
La miró con cara rara, cómo si la viera por primera vez. Apenas parpadeó, y no dijo nada. Agachó la cabeza.
- ¿No dices nada?
- ¿Qué quieres que te diga? - Contestó a media voz, sin levantar la mirada.
- Pues no sé, cualquier cosa, lo que sea. Que estoy loca, que a ver de que voy, que soy una skizo o que te parezco ridícula, que estas cosas no van así, y que no te parece correcto, y que estoy pirada, y majara, y que se me va la olla, y que me medique, y que si ni siquiera me miras a ver qué coño hago diciéndote estas cosas, si ya sé que para ti no existo y no soy importante, y que entonces debería estar callada, y que me calle.
- Pero no quiero que te calles.
- Pues con esa cara que tienes, y que no me miras, y que parece que vas a salir corriendo en cualquier momento, cualquiera lo diría.
Entonces levantó la mirada bruscamente y la miró de una manera que ella no supo descifrar.
- ¿Me vas a pegar? - Le preguntó con miedo, porque quizá se había pasado de la raya. Al fin y al cabo, no podía hablarle así, y él tenía derecho a pasar de ella.
- No.
- ¿Qué vas a hacer?
- Ahora mismo, tomarme otra cerveza.
- ¿Y luego?
- Luego no es ahora. Luego no se sabe. Nunca se sabe.
- Vale.
Cogió un taburete y se sentó a su lado. Él la miró alucinado, pero no dijo nada. Pidió la birra, y empezó a beber. No la miraba. Sólo bebía.
- ¿Entonces que piensas de mí? ¿No piensas que estoy loca y que me tengo que medicar y que me tengo que callar?
- Sí, desde luego. Pienso que estás loca, y que te deberías medicar, y bueno, hablas mucho, sí.
- Gracias.
- ¿Por qué?
- Por decirme la verdad, lo que piensas.
- De nada. - La miró perplejo, qué rara era.
- ¿Cuando termines la birra quieres venir conmigo a algún lado que no sea este?
- No sé cómo podría ser de otra manera.
- No, no podría ser de otra manera, pero me gusta recalcarlo.
- Bien. Eso está bien.
- ¿Entonces?
- Sí. Supongo que podría ir a algún otro lado.
- ¿Conmigo?
- Sí. Vale.
- Vale.
Se terminó la birra, y salieron del bar. Ella no sabía a dónde iba. Y en realidad, le daba igual. Él la siguió como se sigue al explorador que va sin brújula, confiando en que supiera lo que estaba haciendo, pero sin tenerlo claro del todo.
- ¿Te ha gustado lo que te he dicho?
Se quedó callado un rato, luego respondió bajito:
- Sí. Mucho.
- Bien.
- ¿Por qué me lo has dicho?
- Porque quería decírtelo.
- Es lógico, sí.
- ¿Te parece mal?
- No. Sólo que es raro.
- ¿Raro?
- Sí. Habitualmente nadie va diciendo esas cosas por ahí. Así, tan abiertamente, tan sin tapujos, tan sin miedo a que te crucen la cara, y esas cosas.
- Bueno cabía la posibilidad de que me cruzaras la cara, pero no era lo más probable. Lo más probable era que te quedaras callado. Cosa que has hecho. Y que luego siguieras como si nada. Cosa que también has hecho. Pero también cabía la posibilidad de que te gustaran mis palabras. Cosa que según dices a pasado. Y eso me da puntos.
- ¿Puntos?
- Sí. He avanzado.
- ¿Avanzado a dónde?
- A una situación que ya no es la de antes.
- ¿En qué sentido?
- Bueno, para empezar estamos hablando. Cosa que antes no hacíamos. Y en segundo lugar, estamos andando juntos hacia alguna parte. Que no sabemos cuál, pero ese no era el objetivo. El objetivo era andar contigo.
- Entiendo.
- No sé a dónde quiero ir, pero sé que quiero ir contigo. Ese es el asunto.
- Y estás yendo conmigo.
- Exacto.
- Así que esos son tus puntos.
- Sí, eso es.
- Es fácil.
- No te creas, acercarme a ti ha sido bastante más difícil que aquellos exámenes de cálculo que un día pensé que podría aprobar.
- ¿No los aprobaste?
- No.
- ¿Y hoy?
- ¿Y hoy qué?
- ¿Cómo te ha salido el examen?
- Diría que un suficiente.
- Sí, podría ser.
Siguieron andando un rato. No hacía frío, aunque el sol estaba a punto de ponerse. Se habían desviado de la calle principal, y se dirigían a un parque de las afueras. Eso de ir sin rumbo era gratificante, liberador. Entonces él le preguntó:
- ¿Y por qué se te hacía difícil acercarte a mí?
Ella le miró fijamente, luego bajó la cabeza, y sonrío. Tenía las mejillas sonrojadas y las piernas le temblaban levemente.
- Porque cada vez que te miro, mi corazón se desboca y siento que estoy a punto de morirme. Y luego has hablado, cosa que no me esperaba. Y entonces, me has matado.
- ¿Te he matado?
- Sí.
- ¿Por qué?
- Porque ahora ya lo sé.
- ¿Ya sabes qué?
- Lo que me temía.
- ¿Y qué te temías?
- Que me había enamorado de ti.
Se quedó callado. Miró al horizonte y respiro hondo. Estaba chiflada del todo.
- ¿Y?
- Pues eso.
- ¿Pues eso qué?
- Que estoy enamorada de ti, so imbécil.
Y salió corriendo. Se fue directa al columpio, uno de esos de neumático antiguos. Tenían que renovar ese parque, desde luego. Y se empezó a columpiar. Se quedó mirándola como atontado. ¿Cómo iba a estar enamorada de él? Dios mío, que locura. Y sin embargo, en todo aquel sin sentido, algo parecía encajar de una manera demasiado perfecta. Era como si toda su vida hubiera estado esperando un momento como aquel, sin saber qué era lo que estaba esperando. Quizá la había estado esperando a ella. A que apareciera, con su locura y su sonrisa y esa forma de hablar compulsiva. ¿Y si era eso? ¿Y si era ella la solución del rompecabezas? Pero no podía ser. Aquello no tenía sentido. Y sin embargo...
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