En el océano de su piel
perderse era tan fácil
como pestañear.
Se anclaba a sus lunares
aferrándose a su cuerpo
para que no se la llevara
el vendaval.
Y colgada de su pecho
en esas noches
sin luna
rezó
en silencio
para encontrar una manera
de quedarse para siempre.
Pero el alma de un pirata
pertenece al viento.
Y el naufragio
estaba a la vuelta de la esquina.
Puso rumbo al horizonte,
poniendo el mundo del revés,
y mar y cielo
entre las dos.
En el timón,
cosió con ternura
el mapa de su cuerpo,
ese que se sabía de memoria
de tanto leerlo en braille
cuando el mundo dejaba
de gritar.
Para no olvidarse nunca
de cuál era el puerto
al que pertenecía su navío.
Para no olvidarse nunca
de cuál era su tesoro.
Porque volvería.
Daría la vuelta al mundo,
sufriría cien mil tormentas,
se moriría de sed y de hambre,
y casi desfallecería.
Pero desde luego que volvería.
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