Toda mi familia por parte de mi padre es Bizkaina. Yo nací en Bilbao. Mucha gente se queda en plan de "ni de coña", cuando se lo digo, pero es así. Nací aquí. En esta ciudad gris. Nos fuimos de aquí cuando yo tenía tres añitos. Mis padres, mi hermano y yo. Y desde entonces he vivido en tierras gipuzkoanas. Entonces el asunto iba así. Íbamos a visitar a mis abuelos y a mis tíos, pero ellos no vivían en Bilbao. Vivían en un pueblo que está cerca de la ciudad. Un pueblo pequeñito, medio abandonado, frío y bastante triste la verdad. Pero a mí me gustaba ir allí. Porque me lo pasaba muy bien con mis abuelos, y mis padres no se tenían que preocupar de nosotros porque no había peligro de nada. Éramos muy libres. Bueno, entonces, antes de ir a verles, a veces parábamos en Bilbao. Para comprarles algo a ellos, o para que mi madre se comprara algo, o cosas así. Y yo tenía una especie de ritual que siempre cumplía. Desde pequeñita quiero decir. La cosa era, que solíamos hacer las compras en El Corte Inglés, porque en Donosti no hay, y bueno ahí tienes de todo ¿no? Y yo, desde siempre, he sido una fanática de los sandwiches vegetales. Y en El Corte Inglés, hacían y han hecho siempre el mejor sandwich vegetal que yo he probado en mi vida. Entonces, una vez que hacíamos las compras y todo eso, subíamos a la sexta planta, que es donde está la cafetería, que es donde tenían el sandwich, y mi padre me lo compraba. Yo me lo solía terminar antes de bajar a la calle. Y recuerdo que era feliz. Pero feliz a un nivel que ni os podéis imaginar. Y me encantaba. Me encantaba parar en Bilbao, y subir a por mi sandwich, y luego entrar todos en el coche e ir al pueblo de mis abuelos. No sé, era algo muy pequeño, pero para mí era importante. Y ahora, cuando estoy aquí, a veces, casi siempre, odio esta ciudad. Porque es muy grande, y muy gris, y todavía la luz no entra del todo aunque haga sol, porque fue una de las zonas más industriales, por no decir la que más, de todo el norte, y era todo humo, y hierro, y fábricas, y máquinas, y chatarra... Y todavía quedan restos. Y eso no me gusta. Y también tiene metro, que me agobia mucho, y además hay mucha gente, y van todos con prisa. Y no conozco a nadie aquí, aunque ya llevo varios años. Y no siento que encaje, porque aunque nací aquí, no me crié aquí, me crié en un pueblo, y en las ciudades me siento mareada y como que estoy fuera de lugar. Y todas esas cosas. Pero soy del Athletic, y me emociono cuando marcan un gol, y se oye en la calle, y echan cohetes. Y también me acuerdo de cuando mis padres me traían a las fiestas, y me tiraba por la boca del Gargantua, y era una enana pasándoselo bomba. Y también me acuerdo de aquella fiesta de la espuma que hicimos en aquella plaza todos los niños, con un camión de bomberos de verdad. Y me acuerdo de cuando fuimos al Guggenheim con mi abuelo, cuando ya no estaba mi abuela, y tuvimos que hacer una cola de la ostia, porque era cuando lo acababan de abrir, y todo el mundo quería entrar, y me aburrí muchísimo. Pero me enamoré del perro con flores. Y también me acuerdo de la primera vez que vine aquí a estudiar, alquilando un piso compartido por primera vez, conociendo personas que no olvidaré jamás. Aquella conversación que tuve con ella hasta las tantas de la noche. Conectamos desde el segundo cero. Y aquellos cigarros en ese balcón, que la casa era vieja, y fría, porque no tenía calefacción, y teníamos que llevar radiadores que no chutaban nada, pero las vistas eran cojonudas. Y hablábamos, y hablábamos, y era genial. Y luego como tuve que volver a irme, y como volví a venir, y desde entonces ya llevo aquí tres años. Y no todo ha sido tan malo. Ha habido momentos inolvidables, noches de jueves brutales, algún que otro concierto, cenas, paseos con amigas, con mi hermano, sola, tiendas, bares, plazas, calles, y fotos, y más fotos. Y sí, también ha habido mucha ansiedad, angustia, depresión, lagrimas, miedo, caos, soledad. Pero he sobrevivido. Y ahora puedo disfrutar. De mi misma, de mis libros, de mi música, de mis compañeros de piso. He aprendido muchísimo sobre mí, me he conocido, he crecido, me he hecho más fuerte. He cocinado, he puesto lavadoras, he barrido, he fregado, he organizado, he hecho mudanzas, he roto cosas, he perdido cosas, he sido un desastre. Y sobre todo, he sido yo. Bilbao me ha dado más de lo que pensaba que me daría. Y bueno, qué deciros de ella. Me la llevo al infinito. Y no sé que pasara con todo eso, y estoy deseando bajar al sur, y espero poder hacerlo en septiembre, y sé que voy a sonreír como nunca si consigo poner los pies en esa ciudad. Pero ahora, si alguien me dice a ver si soy de Bilbao, diré que sí con más fuerza. Y sobre todo, aunque sé que jamás podría vivir aquí (en plan asentarme definitivamente), nunca podré dejar de querer a esta vieja ciudad. Porque al fin y al cabo, aquí aprendí a hablar y a andar, aquí nació mi hermano y lo cogí en brazos por primera vez, aquí comí los mejores macarrones que he comido en mi vida, y aquí aprendí, que pase lo que pase, siempre saco fuerzas para dar un paso más. Y mucho de lo que ya soy, y espero que mucho de lo que seré, se lo deberé a esta ciudad, y a la gente que he conocido por estas coordenadas. Y a partir de la semana que viene las cosas cambian en esta casa. Viene mi colega del alma a vivir al piso, y la otra loca que me encontré por el camino pasa a dormir en mi habitación. Locura asegurada entre estas cuatro paredes. Bilbao siempre me sigue sorprendiendo.
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