Cualquiera diría que eran los ojos más comunes del mundo. No eran azules, ni verdes, ni nada parecido. Eran marrones. Un marrón habitual, corriente. Nadie se hubiera fijado. Y sin embargo, que equivocados estaban. No tenían ni idea. No había nada común en esos ojos. Te miraban, y las estrellas dejaban de brillar.
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